Las recientes declaraciones de la portavoz Karoline Leavitt, junto con el endurecimiento arancelario, revelan que la Casa Blanca ya no marca el ritmo de la guerra comercial: lo sigue. Frente a una China que no cede ni reacciona con premura, la narrativa de poder estadounidense comienza a fracturarse.
Mexconomy - La guerra comercial desatada por Donald Trump se intensificó el pasado 2 de abril con el anuncio de “aranceles recíprocos” para todo el mundo, una medida que días después tuvo que ser parcialmente rectificada tras fuertes caídas bursátiles y el encarecimiento de la financiación de la deuda federal. A pesar del repliegue con otros países, el gobierno estadounidense endureció su ofensiva contra China: impuso un total del 145 % de gravámenes a las importaciones chinas, ante lo cual Pekín respondió con represalias y aranceles del 125 % sobre productos estadounidenses.
La reacción posterior de la Casa Blanca ha dejado entrever un cambio de ánimo. Durante una conferencia de prensa, Karoline Leavitt, portavoz del gobierno, afirmó: “La pelota está en su techo. China necesita llegar a un acuerdo con nosotros. Nosotros no tenemos que llegar a un acuerdo con ellos”. La frase, que busca proyectar fortaleza, parece más bien el síntoma de una administración que esperaba una rendición inmediata por parte del gobierno de Xi Jinping y se encuentra ahora ante el silencio frío de Pekín.
En lugar de moverse al ritmo de Washington, China ha mantenido una postura estratégica de indiferencia, reforzada por la solidez de sus exportaciones y su capacidad de absorber presiones externas. Esta resistencia ha comenzado a tener efectos internos en Estados Unidos: empresas emblemáticas como Tesla sufren pérdidas, los mercados reaccionan con volatilidad creciente y economistas advierten sobre el riesgo de recesión inducida.
El discurso de Leavitt contiene una afirmación clave: “China quiere al consumidor estadounidense. Dicho de otra manera, necesitan nuestro dinero”. Sin embargo, esa lectura ignora un hecho evidente en los flujos comerciales actuales: China ha diversificado sus mercados y ha comenzado a rebajar precios en sectores tradicionales, como medida de contención frente a los aranceles. Esta jugada transforma la guerra en una competencia directa de precios donde, por ahora, Estados Unidos no tiene ventaja estructural.
La combinación de medidas unilaterales, respuestas tibias de aliados y una postura china calculadamente firme lleva a muchos analistas a advertir que la guerra comercial podría haberse convertido en una trampa para el propio Trump. La Casa Blanca buscaba forzar un acuerdo. En su lugar, ha quedado atrapada en una dinámica que no controla y cuyos costos crecen a cada paso.
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