Detrás de las declaraciones y actos provocadores de Elon Musk sobre la caída de la natalidad se esconde una teoría económica no oficial pero contundente: la idea de que el mundo, tal como lo conocemos, colapsará si no se incrementa la población inteligente y productiva. ¿Es este el nuevo rostro del crecimiento económico… o el preludio de una distopía tecnocrática?
Mexconomy - Cuando Elon Musk habla del “apocalipsis demográfico”, no se refiere a una catástrofe bíblica ni a una guerra mundial, sino a algo, para él, más inquietante: la contracción irreversible del capital humano calificado. Desde su punto de vista, el declive de la natalidad en países desarrollados amenaza no solo a la continuidad de la civilización, sino a la sostenibilidad del crecimiento económico global.
Este temor no es infundado: economistas como Paul Krugman y Jeffrey Sachs han advertido que las tasas de natalidad por debajo del reemplazo poblacional pueden colapsar los sistemas de pensiones, aumentar la carga fiscal por dependiente y debilitar la demanda agregada. Sin una base poblacional joven que innove, consuma y pague impuestos, el edificio fiscal y productivo de las economías avanzadas podría comenzar a desmoronarse.
Pero Musk va más allá. Su visión no es simplemente natalista. Es un natalismo selectivo: busca multiplicar individuos con altos coeficientes intelectuales, capacidades técnicas y potencial creativo. En términos económicos, estaría promoviendo un modelo de reproducción orientado al capital cognitivo, donde los hijos son vistos como activos humanos de alto rendimiento, preparados para sostener industrias complejas, colonizar otros planetas o fundar nuevos mercados.
Desde esta lógica, la política de Musk se asemeja a una privatización extrema del futuro económico. No espera que el Estado corrija el declive demográfico con incentivos públicos o reformas sociales. Prefiere construir su propio “ejército económico” desde el vientre de mujeres reclutadas bajo contrato, con acuerdos de confidencialidad dignos de Silicon Valley.
La implicación distópica es evidente: un mundo donde la reproducción es dirigida por magnates, no por instituciones ni comunidades. Donde el crecimiento poblacional ya no se produce de manera natural o cultural, sino como parte de una estrategia empresarial. Así, la economía del futuro no dependería de reformas fiscales ni de políticas públicas, sino de la fertilidad dirigida por élites tecnológicas.
Imaginemos un escenario económico bajo esta doctrina: un planeta con millones menos de consumidores, trabajadores y productores. Las tasas de interés reales se tornan negativas, el capital pierde su capacidad de multiplicarse, y los Estados compiten por inmigrantes cualificados como si fueran recursos naturales escasos. En ese vacío, Musk propone sembrar inteligencia y control desde cero, como si fuese un banquero genético de la humanidad.
En los modelos tradicionales de crecimiento económico endógeno, el conocimiento es el motor principal. Musk parece estar internalizando esa premisa, pero no desde la educación, sino desde la genética. No busca formar talento: quiere crearlo, literalmente. Si lo logra, no solo dominará industrias, sino que podría establecer una monarquía cognitiva basada en el ADN.
En este contexto, el “apocalipsis” es la desaparición del consumidor ideal, del trabajador brillante y del innovador autónomo. Lo que propone Musk es una economía reconstruida desde el útero, donde los ciclos económicos dependen más del código genético que del ciclo de la demanda o la oferta monetaria.
La economía distópica que Musk sugiere no es una fantasía tecnócrata más. Es una advertencia: si la demografía deja de ser un proceso natural y se convierte en una estrategia de supervivencia económica dirigida por plutócratas, las reglas del juego cambiarán. Y tal vez, solo unos pocos escriban el próximo capítulo del capitalismo… en la Tierra, o en Marte.
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