En un contexto de guerra comercial cada vez más desfavorable, crece en Estados Unidos el temor a una recesión económica autoinducida, mientras China despliega una estrategia de presión silenciosa que deja a la Casa Blanca sin margen de maniobra.

Mexconomy Editorial - En Estados Unidos crece la preocupación por una recesión económica inducida por los propios aranceles impuestos dentro de la estrategia de guerra comercial, una estrategia que —a juicio de cada vez más analistas— comienza a volverse insostenible. El impacto ya se deja sentir con fuerza en sectores de alta tecnología y valor agregado, como la industria aeroespacial, la movilidad electrónica y los semiconductores, donde los problemas de suministro se han convertido en una constante.

En ese escenario, Beijing ha detectado un punto de quiebre: la guerra comercial podría terminar costándole la autoridad presidencial a Donald Trump en la toma de decisiones. El costo para el sistema económico estadounidense no es menor. A los desplomes bursátiles se suma el daño directo a empresas emblemáticas como Tesla, lo que amplifica una sensación de incertidumbre en los mercados y entre los inversionistas.

Trump, consciente del riesgo, ha reiterado su intención de negociar con Xi Jinping. Sin embargo, la respuesta china ha sido, hasta ahora, una mezcla de indiferencia estratégica y contraataques económicos. Lejos de ceder, la industria manufacturera de exportación china —en especial en sectores tradicionales— ha comenzado a bajar sus precios de exportación en marcas estadounidenses, profundizando una guerra comercial que deja a Estados Unidos sin ventajas claras.

El mayor temor en Washington no es solo perder la guerra comercial, sino las consecuencias sistémicas: una ola de quiebras, pérdida masiva de empleos y una recesión que podría marcar un antes y un después en la economía global.